14 mar 2013

Cuentas claras en JOE'S

 
Por Alejandro Tejerina Gutiérrez
 
La noche pintaba mal y a mí nunca me ha gustado pasear por la calle sin sombrero. Olvidado en el amplio ropero de Brady Allison, mi último y generoso cliente, bien podía esperar por mí. Había salido huyendo de aquella fiesta de pijos, así que regresaría por él al día siguiente. Mientras llegaba el nuevo amanecer decidí refugiar mi alopecia en Joe’s. Suelo dejarme caer por Joe’s porque es el tipo de lugar donde puedes pedir lo de siempre y eso es exactamente lo que te sirven ante tus preciosas narices. El nombre en el letrero luminoso obedecía a un apego económico a lo tradicional, ya que el local de Joe había pasado a manos de Carl hacía una década; de Carl pasó a Stew, y de Stew al dueño actual, Slim Tim. Slim era el tipo más idiota que haya regentado un garito jamás. Pensaba que yo tenía estilo, y solo los más tirados del barrio piensan eso de mí. Tenía más cuentas sin pagar que el gobernador, pero la mayoría eran de la pasma, así que nunca le cerraban. Slim era un tonto, sí, pero con suerte. Y hablando de suerte…
Eché un vistazo al periódico y comprobé que había tirado a la basura otro puñado de dólares en las carreras. Imaginé que mi contable estaría bufando. Speedy Taylor no era una apuesta inteligente pero yo siempre me he dejado llevar por los pálpitos, y aunque me han ayudado a resolver la mayoría de mis casos no terminan de hacerme millonario. Decidí que si al día siguiente recibía una llamada hostil por parte de mi contable le daría la patada de una vez por todas. Porque, ¿para qué narices necesitaba yo un contable? 
—¿Lo de siempre?
—Tú sí que sabes, Slim. A propósito, ¿quién es la pelirroja que está animando el ambiente con sus ronquidos al final de la barra?
—No lo sé. Es la primera vez que viene por aquí. Solo ha tomado un sorbito de whisky y mira en qué estado se encuentra. Lleva así un par de horas. Creo que ya va siendo hora de que regrese a casa.
—Si no sabes cómo despertarla, te daré un consejo: pínchale con el primer palillo con aceituna ensartada que encuentres.
Tuve que sonreír. Slim es de esos tipos a los que hay que explicarles cuándo uno está de broma. Slim me devolvió la sonrisa y me dejó solo.
—¿Qué miras, encanto? —me dirigía ahora a Tony el tuerto, que no dejaba de observarme desde la mesa de billar con la mandíbula prieta. Llevaba meses queriendo darme un puñetazo en toda la cara. Consideraba que haber ayudado a enchironar a su hermano era una buena razón para ello.
«Mala noche para lucir palmito por aquí, chaval», pensaba mientras esperaba a que Slim regresara con el néctar de los dioses al son del tamborileo de mis dedos sobre la barra. Llevaban un ritmo tan endiablado que el mismísimo Duke Ellington hubiera sentido envidia.
Tony no me quitaba el ojo de encima, y yo estaba dispuesto a proteger el bonito rostro del niñito de mi madre. Al menos hasta mañana. Abandonó el taco sobre la mesa, se acercó a la barra y dejó caer su enorme trasero en el taburete contiguo al de la bella pelirroja durmiente.
—¿Es tu novia, Tony? Tu mamá debe estar contenta.
No respondió; se limitó a seguir lanzándome dardos imaginarios con el ojo sano. Slim había advertido el denso tufo a pelea que flotaba en el ambiente y no se atrevía a salir de dondequiera que estuviera. Finalmente Tony decidió abandonar su hieratismo alargando su peluda manaza en dirección al cenicero de mármol. Empecé a pensar que Slim no era tan idiota después de todo.
Publicado con el permiso del autor

3 comentarios:

Dacosica dijo...

Al final, la fiesta de los pijos-beatniks no parece tan mala al lado de Joe's.
¡Gran historia!

Mr. X dijo...

Gracias, daco!! ;) Tú tan generoso como siempre :P

Sil dijo...

Me gusta mucho..como todo lo que escribes A. Enhorabuena!!
bsos