19 sept 2024

Cine fantástico clásico

El cine fantástico es un género que durante años fue un poco menospreciado por la crítica. Los blockbusters de los 40-50 del siglo pasado rara vez tenían actores o directores de renombre aunque el público los adoraba y en aquella época de los grandes y pequeños estudios ninguno le hizo ascos al terror, la ciencia ficción y el misterio dejaban dinero e incluso algún film para la historia. Hoy olvidados, vamos a recordarlos para recordar que, en cine, cualquier tiempo pasado fue mejor.

La mosca, de Kurt Neumann (1958)

El cartel de "La mosca" muestra lo que ve André, el científico protagonista de la trágica historia, cuando su esposa le contempla por primera vez tras el accidente que le transforma en ése repugnante insecto. A parte de icónico, ése cartel es la perfecta definición de lo que realmente es la película: una historia de amor truncada por una fatalidad. 

Dirigida por el alemán Kurt Neumann, el cual se suicidó sin saborear el éxito de su mejor obra, "La mosca" es film notable en todos sus aspectos. Una fotografía colorista Kurt Struss (responsable de la fotografía de obras maestras como "El gran dictador" o "Amanecer"), el guionista James Clavell ("La gran evasión") y por supuesto el elegante y aquí bonachón Vincent Price como el hermano del protagonista aportan un plus a un producto que jamás parece serie "B" y que posee uno efectos de maquillaje todavía hoy muy efectivos. Todo es un acierto en esta, en el fondo, truculenta (ver escena de la máquina de prensar) historia sobre los límites de la ciencia, la tragedia y las casualidades que pueden llevar, desgraciadamente, a terminar con una prometedora carrera profesional y además, con su vida. El protagonista jugó a ser Dios sin contemplar la posibilidad del fracaso pese a que acababa de ser sido testigo de uno muy poco antes. Un film ejemplar en el fondo y en la forma.

La maldición del hombre lobo, de Terence Fisher (1961)

Una de las muchas virtudes que adornaban al realizador británico Terence Fisher es el hecho de elevar el material del que partía muy por encima de su valor real. Si, como es el caso, dicho material mejora la media, el resultado es brillante.

La historia del hombre lobo aquí tiene como principal originalidad el contarnos el nacimiento de la leyenda, que no es otro que la abyección más absoluta. Ambientada en España del S. XVIII (razón por la cual fue prohibida nuestro país), un vil marqués encierra y se olvida de un mendigo que llegó a su castillo el día de su boda. Con los años, el mendigo se transforma en un ser primitivo, entregado a los bajos instintos. Por otro lado, el lascivo marqués, consumido por la enfermedad (esas repugnantes pústulas) y la maldad intenta forzar a una bella sirvienta sordomuda, que le rechaza y es castigada a compartir celda con el mendigo. Tras ser forzada, logra huir (no sin antes darle al marqués su merecido) y acaba siendo rescatada por un buen hombre potentado y culto. El niño, fruto de la maldad absoluta será adoptado y vivirá feliz hasta que la maldición aflore los días de luna llena...

Dotada del exotismo colorista tan típico de la Hammer, una España festiva y brutal, de viñedos y sacerdotes proféticos, es el escenario de una trágica historia de amor donde el monstruo no quiere serlo y donde la chica, le quiere a pesar de todo. Un final brillante, en un campanario con muchedumbre enfurecida (como debe ser) culmina una de las mejores, si no la mejor, aportaciones a la leyenda del licántropo.  


El fantasma de la Ópera, de Arthur Lubin (1943)

La obra de Gaston Leroux ha tenido infinidad de adaptaciones, todas ellas coinciden en dar preeminencia a la música, algunas llegando a ser literalmente musicales, como "El fantasma del paraíso" (1974, Brian De Palma) o "El fantasma de la ópera" (2004, Joel Schumacher) y tomándose ciertas libertades con respecto a la historia original.

Un caso parecido ocurrió con la película de Arthur Lubin, realizador polivalente, cuya principal aportación es dar mucha importancia a los números musicales pero no tanto para hacer avanzar la acción como para mostrarnos cómo era la Ópera, por lo menos en la época y lugar donde sucede la acción. Lubin tiene larga y curiosa filmografía, que abarca desde musicales hasta películas de  aventuras, para terminar donde empezó, con comedias en éste caso de la famosa mula Francis. 

La película, como decimos, es más fiel al espíritu que a la letra de Leroux. Aquí un violinista (Claude Reims) es víctima de su infortunio y obsesión por una joven (Susana Foster) cantante a la que él cree muy talentosa pese a que nadie ve ninguna virtud musical en ella. Pese a que es algo habitual en todas las versiones, esta destacada por unos decorados en tecnicolor realmente impresionantes, pero no tanto la famosa guardia del "fantasma" como la propia ópera. A su favor también destaca lo siniestro y brutal de ciertas escenas (el ácido que desfigura al protagonista, las acciones de sabotaje, el desmoronamiento de la cueva) y las interpretaciones, a pesar de la pueril rivalidad de los dos galanes por la dama protagonista. Una excelente película que ojalá no caiga en el olvido.

La noche del demonio, de Jaques Tourneur (1957)

Hay películas que se malogran al final mas también las hay arruinadas por su arranque. En la intención del autor, en éste caso parece que la responsabilidad fue del productor, es eparar al espectador desde el principio y en el prólogo vemos al mismísimo demonio atacando a un hombre víctima de un maldición. Sin estar mal los efectos especiales el resultado acaba con cualquier intriga que es precisamente, lo más logrado del film.

Tourneur fue excelente director que no le hizo ascos a ningún proyecto y quizás por eso nunca terminó de ofrecer una película realmente memorable salvo las magistrales "Retorno al pasado" y "La mujer pantera". En el fantástico, el realizador francés se encontraba en su salsa y aquí ofrece no pocos destellos de su talento. Por ejemplo, los sucesos que acontecen al protagonista (Dana Andrews), primero escéptico hacia lo sobrenatural, luego preocupado y finalmente acorralado por la maldición a la que hace referencia el título original son lo mejor del film, en el que también destacan las interpretaciones su aguerrida compañera (Peggy Cummins) y del malvado de la función, Niall McGillis, como auténtico aliado del demonio capaz de hacer de payaso en una fiesta para niños (algo inquietante, eso también) como de urdir la muerte de quien le molesta. 
Una lástima, repito, que el factor sorpresa desaparezca nada más empezar pues la duda sobre si esa maldición existe o no hubiese sido muy interesante. Nunca más cierto aquello de que “El mejor truco del diablo es hacernos creer que no existe” - Charles Baudelaire

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