Dick y Jane, ladrones de risa (2005, Dean Parisot) Remake de un film de 1977, protagonizado por George Segal y Jane Fonda, cuenta la historia
de un matrimonio (unos divertidísimos Jim Carrey y Tea Leoni) que ven como su
vida acomodada se viene abajo porque la empresa en la que trabaja el marido se
hunde. Para más INRI, la esposa ha
dejado su empleo porque no aguanta a su jefe ni a los clientes y tras el
(sospechoso) ascenso de su esposo parece que se lo podían permitir: craso
error, pues caen la ruina económica y tras un cómico atraco en una tienda, se lanzan a robos mayores.
El film me parece muy atinado, pues describe de forma certera esas empresas gigantescas que no se sabe muy bien a qué se dedican, que eligen un pringao cabeza de turco para que cargue con toda la culpa mientras los grandes culpables, los directivos, se van de rositas con una gigantesca indemnización. Lógicamente son los bancos los objetivo de estos ladrones amateurs y la venganza contra el poderoso el motor de la trama, logrando así la complicidad del espectador.
Pero aún más acertada es la descripción de la “clase media” que gasta más de lo que gana, se compra cochazos (reveladora escena en la que Carrey aparca su modesto utilitario junto a los Mercedes de sus vecinos) y viven a todo tren para acabar tan desesperados que son capaces de cualquier cosa (en este caso robar bancos) para mantener su vida como antes. En consecuencia los protagonistas (y su hijo) han de ducharse en los aspersores del vecino porque les han cortado el agua; ven como les embargan todo, incluido el césped artificial; en la búsqueda de desesperada de empleo, el cabeza de familia es tomado por un sinpapeles, con consecuencias hilarantes...
Una película que deja la sonrisa congelada en más de un momento (les cortan la luz, sus amigos son detenidos en un atraco, empleados que pierden sus fondos de pensiones...), que cuenta más de lo que dice y que ofrece un final feliz, tan simpático como inverosímil.
El film me parece muy atinado, pues describe de forma certera esas empresas gigantescas que no se sabe muy bien a qué se dedican, que eligen un pringao cabeza de turco para que cargue con toda la culpa mientras los grandes culpables, los directivos, se van de rositas con una gigantesca indemnización. Lógicamente son los bancos los objetivo de estos ladrones amateurs y la venganza contra el poderoso el motor de la trama, logrando así la complicidad del espectador.
Pero aún más acertada es la descripción de la “clase media” que gasta más de lo que gana, se compra cochazos (reveladora escena en la que Carrey aparca su modesto utilitario junto a los Mercedes de sus vecinos) y viven a todo tren para acabar tan desesperados que son capaces de cualquier cosa (en este caso robar bancos) para mantener su vida como antes. En consecuencia los protagonistas (y su hijo) han de ducharse en los aspersores del vecino porque les han cortado el agua; ven como les embargan todo, incluido el césped artificial; en la búsqueda de desesperada de empleo, el cabeza de familia es tomado por un sinpapeles, con consecuencias hilarantes...
Una película que deja la sonrisa congelada en más de un momento (les cortan la luz, sus amigos son detenidos en un atraco, empleados que pierden sus fondos de pensiones...), que cuenta más de lo que dice y que ofrece un final feliz, tan simpático como inverosímil.
Wall Street, el
dinero nunca duerme (2010, Oliver Stone) secuela tardía de la famosísima
“Wall Street” (1987, ídem) vuelve la carga Gordon Gekko (Michael Douglas, lo
mejor del film) que sale de la cárcel y pronto recupera su protagonismo
en los medios de comunicación tras escribir un libro y dar conferencias en
universidades como gurú económico.
Gekko se muestra como un personaje complejo, con varias caras, un viejo zorro que parece haber cambiado pero que sigue siendo ambicioso y mantiene un único objeto de deseo: el dinero. En su vida se cruza Jake (Shia LaBeouf), un joven ambicioso parecido al que interpretó Charlie Sheen en “Wall Street” (quien hace un divertido cameo en esta secuela, transformado en su personaje en el de ‘Dos hombres y medio’ y cargándose de un plumazo la epifanía final del otro filme) quien le propone recuperar a su hija, con la que se va a casar, a cambio de sus enseñanzas. Algo metido con calzador aunque interesante es el papel de Susan Sarandon, madre del protagonista, acuciada por las deudas, quien dejó su empleo de enfermera para ser agente inmobiliario y quien la crisis le lleva tener que mendigar dinero a su hijo.
Su descripción de la bolsa y los extraños “mercados”, en los que se mueven las empresas para financiarse son lo mejor del film, que alcanza su punto álgido en esa reunión a tres bandas entre un representante del gobierno, un “malvado” banquero (Josh Brolin) y el dueño de una sociedad en crisis (fugaz Frank Langella) que muestra como el rescate de dicha sociedad parece un regateo en un zoco, todo movido por oscuros intereses y venganzas en las que los empleos de la gente y el dinero del contribuyente no tienen voz.
El problema de Oliver Stone es que, creo, siempre trata de abarcar demasiado en sus películas y aquí pretende hacer el film definitivo para explicar las causas, consecuencias y soluciones de la crisis, fallando en los tres por demagogo aunque ofreciendo, como hace siempre, un producto entretenido que tiene buenos momentos.
El lobo de Wall Street (2013, Martin Scorsese) no me quiero alargar ensalzando las muchas virtudes del film, para mí lo mejor que ha hecho Scorsese en el S. XXI, todo un conglomerado de sus temas favoritos (personajes desdichados, ambiciosos, de vida conyugal tumultuosa y politoxicómanos) así que nos centraremos en lo que parece una gran metáfora de toda la situación económica (y social) actual.
El arranque es sencillamente genial: Gene Hackman nos habla de las virtudes de una firma inversora dirigida por Jordan Belfort (impresionante DiCaprio). Es un anuncio de TV que da paso a la realidad de lo que sucede en sus oficinas: prostitutas, alcohol, lanzamiento de enanos, drogas y hasta desfiles de majorettes. Luego hay flash back en el que vemos al ingenuo protagonista entrar en Wall Street de la mano de Mark Hanna (memorable McConaughey) quien le describe en un monólogo impagable lo que es (para él) la bolsa: una gigantesca estafa piramidal donde sólo cuenta que el cliente compre y engañarle para que nunca más venda sus acciones.
Tras hundirse la empresa en su primer día de trabajo, DiCaprio descubre una forma de venta telefónica de acciones de dudosa procedencia, y con su increíble labia y don de gentes acaba convertido en multimillonario…hasta que se encuentra con un incorruptible agente del FBI (Kyle Chandler, viva imagen de la honestidad).
No es difícil ver en el personaje principal un trasunto de esos comerciales agresivos que llaman a nuestras puertas y encontrar no pocas coincidencias entre las inversiones dudosas que propone el protagonista con algo parecido a los productos bancarios tóxicos que todo tipo de clientes (ingenuos en el mejor de los casos, pardillos que se creen muy listos en realidad) contratan sin dudar. El final es aún más claro en mostrar la estupidez generalizada: mientras el agente del FBI sigue siendo un personaje anónimo, Belford da multitudinarias conferencias sobre cómo vender a un auditorio ansioso de descubrir su secreto que no es otro sino su encanto personal y una cara más dura que el cemento armado. El ser humano tropieza dos veces con la misma piedra.
Gekko se muestra como un personaje complejo, con varias caras, un viejo zorro que parece haber cambiado pero que sigue siendo ambicioso y mantiene un único objeto de deseo: el dinero. En su vida se cruza Jake (Shia LaBeouf), un joven ambicioso parecido al que interpretó Charlie Sheen en “Wall Street” (quien hace un divertido cameo en esta secuela, transformado en su personaje en el de ‘Dos hombres y medio’ y cargándose de un plumazo la epifanía final del otro filme) quien le propone recuperar a su hija, con la que se va a casar, a cambio de sus enseñanzas. Algo metido con calzador aunque interesante es el papel de Susan Sarandon, madre del protagonista, acuciada por las deudas, quien dejó su empleo de enfermera para ser agente inmobiliario y quien la crisis le lleva tener que mendigar dinero a su hijo.
Su descripción de la bolsa y los extraños “mercados”, en los que se mueven las empresas para financiarse son lo mejor del film, que alcanza su punto álgido en esa reunión a tres bandas entre un representante del gobierno, un “malvado” banquero (Josh Brolin) y el dueño de una sociedad en crisis (fugaz Frank Langella) que muestra como el rescate de dicha sociedad parece un regateo en un zoco, todo movido por oscuros intereses y venganzas en las que los empleos de la gente y el dinero del contribuyente no tienen voz.
El problema de Oliver Stone es que, creo, siempre trata de abarcar demasiado en sus películas y aquí pretende hacer el film definitivo para explicar las causas, consecuencias y soluciones de la crisis, fallando en los tres por demagogo aunque ofreciendo, como hace siempre, un producto entretenido que tiene buenos momentos.
El lobo de Wall Street (2013, Martin Scorsese) no me quiero alargar ensalzando las muchas virtudes del film, para mí lo mejor que ha hecho Scorsese en el S. XXI, todo un conglomerado de sus temas favoritos (personajes desdichados, ambiciosos, de vida conyugal tumultuosa y politoxicómanos) así que nos centraremos en lo que parece una gran metáfora de toda la situación económica (y social) actual.
El arranque es sencillamente genial: Gene Hackman nos habla de las virtudes de una firma inversora dirigida por Jordan Belfort (impresionante DiCaprio). Es un anuncio de TV que da paso a la realidad de lo que sucede en sus oficinas: prostitutas, alcohol, lanzamiento de enanos, drogas y hasta desfiles de majorettes. Luego hay flash back en el que vemos al ingenuo protagonista entrar en Wall Street de la mano de Mark Hanna (memorable McConaughey) quien le describe en un monólogo impagable lo que es (para él) la bolsa: una gigantesca estafa piramidal donde sólo cuenta que el cliente compre y engañarle para que nunca más venda sus acciones.
Tras hundirse la empresa en su primer día de trabajo, DiCaprio descubre una forma de venta telefónica de acciones de dudosa procedencia, y con su increíble labia y don de gentes acaba convertido en multimillonario…hasta que se encuentra con un incorruptible agente del FBI (Kyle Chandler, viva imagen de la honestidad).
No es difícil ver en el personaje principal un trasunto de esos comerciales agresivos que llaman a nuestras puertas y encontrar no pocas coincidencias entre las inversiones dudosas que propone el protagonista con algo parecido a los productos bancarios tóxicos que todo tipo de clientes (ingenuos en el mejor de los casos, pardillos que se creen muy listos en realidad) contratan sin dudar. El final es aún más claro en mostrar la estupidez generalizada: mientras el agente del FBI sigue siendo un personaje anónimo, Belford da multitudinarias conferencias sobre cómo vender a un auditorio ansioso de descubrir su secreto que no es otro sino su encanto personal y una cara más dura que el cemento armado. El ser humano tropieza dos veces con la misma piedra.
2 comentarios:
Solo he visto la ultima de las 3 y me gusto mucho.Di Caprino se sale y aunque a veces mataría al gordo,hace un papelón!el resto quedan pendientes.una pregunta: es mejor wall street I o wall street II?
Muy buenas las tres. Yo añadiría a la lista Blue Jasmine, donde se cuenta el efecto que produce la crisis en la gente que lo ha tenido todo. Como dijo en su día una pija del papel cuché: "Los pobres siempre han sido pobres; son los ricos los que están viendo sus vidas más afectadas..."
A Silvia: Para mi gusto es mejor la 1 de Wall Street, pero que responda Dacosica ;)
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