26 nov 2023

Justicia para ella

Sidney Lumet  (1924-2011) fue uno de los más prolíficos y exitosos directores de la llamada "generación de la televisión", formada, entre otros, por Franklin J. Schaffner, George Roy Hill, Richard Donner o Fielder Cook. Todos ellos llegan a Hollywood mitad por la competencia televisiva al cine (hace nada menos que 70 años que ésto sucede) mitad por la búsqueda de nuevos talentos ante el inevitable paso del tiempo que se llevaba por delante los directores clásicos.
Lumet centró casi toda su filmografía en un tema: la justicia. Sus personajes suelen ser abogados, fiscales, miembros del jurado, detectives, policías... Todos ellos buscan la verdad pero ante todo quieren cambiar las cosas "desde dentro", sin saltase la ley (en principio) y chocan con un sistema implacable cuando no corrupto. 
Fran Galvin (un colosal Paul Newman, que no fue la primera opción para el papel) es un abogado que ha tocado fondo. Su aparición no puede ser más patética: se presenta en un funeral, de donde le echarán, buscando clientes. Galvin es un hombre derrotado, con un solo amigo, Mickey (el siempre perfecto Jack Warden) que, como sabremos después por boca del propio Mickey, estuvo cerca de ser alguien importante. Caído en desgracia por sus vicios y errores, Galvin recibe de su amigo un caso aparentemente sencillo. Una mujer ha quedado en coma irreversible tras una negligencia de un Hospital Católico de Boston. En un principio todo parece sencillo, ni la hermana de la víctima, ni la Iglesia quieren complicaciones, un acuerdo económico bastará para evitar el escándalo. Galvin conseguirá un dinero que necesita y volverá a tener un cierto prestigio. Mas Galvin va a conocer a su cliente al hospital y allí ocurrirá lo que casi podría decirse que es una epifanía: con sus fotos de Polaroid, en una escena maravillosa, Lumet consigue transmitir la sensación de Galvin de que esa mujer postrada inconsciente en la cama merece una oportunidad. Galvin decide, sin consultar a sus clientes rechazar la oferta del hospital, que es otra no menos magnífica escena entre el abogado defensor, Concannon (implacable James Mason) quién ofrece el generoso cheque que cambiaría la vida de varias personas. Galvin, humillado por las formas, entre el lujo gótico del despacho, dice no, más por dignidad que por convicción. Empieza entonces un litigio largo, tortuoso, con altas y bajas en la búsqueda no sólo de justicia, sino también de su propia redención como ser humano.

En este trasiego, Lumet destacan las distintas formas de trabajar: Galvin y Mickey a pie de calle, usando la memoria (la experiencia es un grado) y echando horas en el despacho. En frente, el equipo de abogados implacable de Concannon, que no duda en usar los medios de comunicación, la coacción a testigos y el desprestigio de Galvin en su contra. Tan lejos llega que utiliza a Laura (Charlotte Rampling), otro ser al margen del sistema, que ve en la oportunidad de traicionar a Galvin una tabla de salvación a sus problemas. 
Mas con lo que no cuenta Concannon es precisamente con eso, con la desesperación de Laura y de Fran: no se acorrala a quien ya está acorralado. Cuando localizan a la enfermera que, persuadida con la oportunidad de hacer justicia, acepta declarar a última hora y cambiar el veredicto final del jurado (que ignora la recomendación del juez, una vez más la justicia en entredicho), consiguen mover la balanza de su lado.
Por desgracia para Laura, Galvin descubre que trabaja para su rival. Además, él no sabe que ella renunció en el último momento a todo para que él triunfara. Fran no cogerá el teléfono... ¿o sí?
Nota final: aunque sea tópico, destacar la lúgubre fotografía de Andrzej Bartkowiak, oscura en interiores, fría en exteriores y el guion de un joven David Mamet adaptando la obra de Barry Reed.
Imágenes: 20th Fox.

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