A continuación, una breve reseña de algunos excelentes films que merecerían un lugar privilegiado en la historia del cine, sea histórico o no, realizados en la época de esplendor del género, la primera mitad de los años 60, del siglo pasado.
Primera producción de Samuel Bronston en España, relata parcialmente la vida y aventuras del capitán John Paul Jones (Robert Stack), quien fundó la marina de EE.UU. El film es una producción de lujo, como toda película histórica de la época, y cuenta en papeles secundarios con Bette Davis, como emperatriz rusa, Peter Cushing o Charles Coburn.
Su rodaje se concentró principalmente en Denia, Alicante, además de ser la primera producción cinematográfica que pudo rodar en el Palacio Real de Madrid.
Desde un punto de vista histórico, parece un film de aventuras, no sé si muy riguroso pero que entretiene y nos deja claro que el origen de la hoy todopoderosa fuerza naval useña fue la piratería. Siendo la víctima los ingleses no deja de ser justicia poética. En cuanto al trazo aventurero, he de decir que por momentos languidece y sólo en el tramo final, remonta. Quizás el correcto pero algo adusto Robert Stack, no sea del todo el carismático protagonista que la cinta pide.
Nota curiosa: la hija del director, la futura actriz Mía Farrow, fue elegida reúna de las fiestas de Denia.
El Cid (Anthony Mann, 1961)
Primera de las dos producciones de Bronston que dirigió el gran Anthony Mann, es sin duda una de las mejores, si no la mejor. La historia, adaptación libérrima del Cantar del mío Cid, con el asesoramiento del historiador Ramón Menéndez Pidal al que da la sensación, hicieron poco caso.
Dejando a un lado licencias que, cinematográficamente hablando pueden ser necesarias para darle emoción, todo en esta película es admirable: su vestuario, el guion, las interpretaciones, el equilibrio entre drama y espectáculo... Mann le da hondura a la historia de éste caballero y concede no poca importancia al personaje de doña Jimena, espléndida Sofía Loren. Me gusta más la primera parte, la que concluye con la traición en el cerco de Zamora, un historia de traiciones familiares con personajes secundarios muy interesantes (esos hermanos peleados por el trono, padres heridos en su honor, juramentos de fidelidad) es una pena que se nos escamotee el largo destierro de Don Rodrigo Díaz de Vivar, por mucho que se solucione con una espléndida elipsis en la que vemos a un envejecido y curtido Charlton Heston (completamente entregado al personaje) llevado ante el Rey. El final es épico, de leyenda, como todo film del género merece. A "El Cid", los años cada vez sientan mejor.
El cine británico tiene una larguísima tradición de films históricos, siempre bien cuidados y con todo el talento de su industria al servicio del Imperio. Es verdad que a veces es crítico pero siempre tienen esa grandeza y respeto por las tradiciones que, a un servidor, le admira.
Becket, estupendo film del por desgracia poco prolífico Peter Gleville cumple con los estándares básicos de toda superproducción histórica, añadiendo dos detalles importantes: el uso de decorados reales (desde playas hasta iglesias o palacios) y la memorable fotografía de Geoffrey Unsworth, uno de los más grandes en su oficio y que aquí estaba en su mejor momento. Esos rojos de las capas, jamás los he vuelto a ver en una obra visual.
Pero dejando de lado el tema técnico, esta película es, más que un duelo interpretativo, una exhibición de dos animales cinematográficos, a saber Richard Burton y Peter O'Toole, en su mejor momento, absolutamente contenido el primero, totalmente desatado el segundo. Ambos empiezan siendo dos simples amigos, teniendo en cuenta que el segundo es el Rey, normando, de Inglaterra. Ya desde el comienzo, en una liz por una campesina, se apreciará cómo el monarca hace uso de su poder incluso contra su mejor amigo. Éste no es un hombre perfecto, sin embargo ya en ese momento sabemos que es una persona con algo de lo que carece el rey: principios. Aquí está lo más estimulante de la cinta, esa lucha entre el despotismo y los valores reales, finalmente caracterizados en la figura de la Iglesia o, mejor dicho, en Dios, al que finalmente Becket termina por situar por delante de su amo en la tierra, y es que entonces es cuando el propio monarca, más bruto pero a la vez más astuto, llega a comprender: el origen divino de su poder le hacen, precisamente, siervo de Dios. Mas estamos en un territorio donde el pragmatismo se impone y los antaño enemigos (nobleza, Iglesia institucional) terminan siendo sus aliados para derrotar a su amigo, al final Enrique impone su poder en la tierra y Becket pasa a la posteridad como lo que siempre fue: un símbolo y un mártir. Una obra por momentos sublime y trascendente sin ser pesada, mundana y actual, que propone reflexiones sobre temas importantes que hoy parecen enterrados.
Barrabás (Richard Fleischer, 1961)
El llamado "cine bíblico" es una cosa muy heterogénea en la que caben desde Pasolini hasta grandes superproducciones, desde el cine mudo hasta Mel Gibson, pasando por el musical o incluso la parodia pero pocas veces se salen de ciertos cánones y apenas hay protagonismo para otros personajes históricos que no sean los destacados en las sagradas escrituras o el mismo Jesús de Nazaret. No obstante, siempre hay excepciones y el film del inclasificable Richard Fleischer es una feliz muestra de ello.
El llamado "cine bíblico" es una cosa muy heterogénea en la que caben desde Pasolini hasta grandes superproducciones, desde el cine mudo hasta Mel Gibson, pasando por el musical o incluso la parodia pero pocas veces se salen de ciertos cánones y apenas hay protagonismo para otros personajes históricos que no sean los destacados en las sagradas escrituras o el mismo Jesús de Nazaret. No obstante, siempre hay excepciones y el film del inclasificable Richard Fleischer es una feliz muestra de ello.
Producción de Carlo Ponti con apoyo de Hollywood, es un film europeo en el mejor de los sentidos, pues no sólo se centra en una figura controvertida como Barrabás, sino que opta por ofrecer una visión del cristianismo primigenio y de sus primeros practicantes muy estimable. Todo ello sin descuidar el espectáculo, es la época del Imperio Romano, mas son aquí los secundarios, Katy Jurado, Vittorio Gassman, Jack Palance, Silvana Mangano, Ernest Borgnine o Arthur Kennedy tanto o más importantes para el la evolución del protagonista que su propia personalidad. Un más que adecuado Anthony Quinn, quien por físico y carácter hace creíble todas sus peripecias vitales, es el protagonista en nombre pero no totalmente de la película. No es baladí el hecho de que los secundarios sean buenos actores pero, al contrario que en otros films de misma temática, ninguno es una estrella al uso, se imponen los personajes a los actores y eso va muy a favor del resultado final, una película que habla no sólo de la redención sino también del amor y la capacidad de supervivencia.
El tormento y el éxtasis (Carol Reed, 1965)
No me canso de destacar que, desde hace años, los efectos digitales han destruido parte de la magia del cine. Son contadas las producciones que erigen grandes decorados, se gastan dinero en vestuario y muestran de la forma más realista posible lo que narran en pantalla. Por suerte, el film de Carol Reed (cineasta poco valorado pese a ser el autor de "El tercer hombre" y "¡Oliver!") tiene, entre sus numerosas virtudes, un cuidado en todos los elementos mencionados. Sentimos que realmente estamos en el Vaticano, que vivimos en el S. XVI, vivimos el Renacimiento, las guerras (Julio II fue un Papa muy guerrero), las decisiones de la curia y los reyes, conocemos a los mecenas (los Medici, interpretados por Diane Cilento y Rodolfo Celi) y todo suena a auténtico, a real. Cómo se saca el mármol en Carrara, las técnicas de pintura al fresco y tallado de estatuas. Hasta la inspiración, representada en esa gran escena en la que Miguel Angel (excelso Charlton Heston) tiene la visión de la pintura cumbre la Capilla Sixtina, La Creación del Hombre.
Pero sin duda son las disputas con el sumo pontífice (un Rex Harrison con un punto sarcástico que le hace más cercano) lo que nutre a la película de una hondura y humanismo tremendos. Tenemos frente a frente a la religión y el arte, la política y la cultura. Sus discusiones, son tan épicas como las batallas o los decorados, la ira de ambos está a punto de dar al traste con todo mas se impone la cordura, la mutua admiración y, sobre todo, el amor a Dios y las ganas de uno y otro por dedicarle una obra que perdure. Dos personajes con un tremendo ego pero vehementes y que, cada uno a su manera, se admiraron. Un film irrepetible. "¿Cuándo termirás? Cuando haya terminado".
Bueno, pues hasta aquí una valoración breve de un tipo de cine que se ha ido, me temo, para no volver. Películas que igual estaban tan alejadas de los sucesos reales como cercanas al arte de calidad. Al menos su existencia nos recuerda que hubo un pasado mejor.
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